viernes, 30 de octubre de 2015

CD 141 – Dante Alighieri - Una Travesía por los Caminos del Alma


Borges en el laberinto de Dante *

“En un sueño, Dios le reveló el secreto propósito
de su vida y de su labor; Dante, maravillado,
supo al fin quién era y qué era
 y bendijo sus amarguras.”

(J. L. Borges, El hacedor, “Inferno I, 32”)

Borges, como sabe la mayoría de los críticos y lectores borgianos, fue un infatigable lector y admirador de Dante. Sus recuerdos, a propósito, están descritos en una conmovedora prosa autobiográfica introducida por el nombre general y genérico de “historia de mi comercio personal con la Comedia”. Es una referencia curiosa, señal de un compartir con el lector que participa así de la experiencia de un maestro. Merece la pena escudriñar otra vez en la memoria del escritor argentino en La Divina Comedia:

Vivía en Las Heras y Pueyrredón, tenía que recorrer en lentos y

solitarios tranvías el largo trecho que desde ese barrio del Norte

va hasta Almagro Sur, a una biblioteca situada en la Avenida

La Plata y Carlos Calvo. El azar (salvo que no hay azar, salvo

que lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja

maquinaria de la casualidad) me hizo encontrar tres pequeños

volúmenes en la Librería Mitchell, hoy desaparecida, que me

trae tantos recuerdos. Esos tres volúmenes (yo debería haber 

traído uno como talismán, ahora) eran los tomos del Infierno, 

del Purgatorio y del Paraíso, vertidos al inglés por Carlyle... 

Eran libros muy cómodos, editados por Dent. Cabían en mi 

bolsillo. En una página estaba el texto italiano y en la otra el 

texto en inglés, vertido literalmente. Imaginé este modus 

operandi: leía primero un versículo, un terceto, en italiano; 

iba siguiendo así hasta llegar al fin del canto. Luego leía todo 

el canto en inglés  luego en italiano. [...] Leí así los tres 

volúmenes en esos lentos viajes de tranvía. 

Después leí otras ediciones.

(Siete noches —2005: III, 228-229)

Lo que nos deja sin palabras (y es una afonía de maravilla y estupor que el mundo de Borges nos ofrece) es que el texto citado es de 1980. Borges anota los mínimos detalles, confirmando la reiteración de la lectura de la Comedia, en distintas ediciones, y gozando de los comentarios, de que, aún más, se distraía. No es un savant que nos está académicamente derramando encima su sabiduría intelectual, su amplitud de conocimiento, sino un hombre que ha aprovechado la lectura, se ha emocionado, como repetirá a lo largo de sus ensayos dantescos.

Borges se pierde en el laberinto de Dante, como si fuera un nuevo Teseo que ha ganado el Minotauro, como en La casa de Asterión. Sin embargo, hay algunas diferencias sustanciales que permiten al escritor una humilde toma de conciencia del interlocutor que Dante representa. Parafraseando a Carlyle, Borges reconoce que el poeta italiano pertenece a un mundo que su literatura intenta recrear ya que, definitiva y nostálgicamente, ha sido fragmentado en una mirída de visiones. Dante, en cambio, es habitante “de un mundo riguroso” en “que hay un orden. Ese orden corresponde al Otro”, a Dios (2005: III, 234).

Para Borges, el placer que emana la lectura del poema dantesco está relacionado con el placer de una confrontación casi místico-espiritual con una obra que “durará más allá de nuestra vida”, que “encierra infinitos sentidos y que puede ser comparado con el plumaje tornasolado del pavo real” (2005: III, 228), afirma citando a Escoto Erígena.

* Una primera versión de este trabajo fue publicada en “Borges en el laberinto de Dante”. Cuadernos Literarios, Fondo Editorial UCSS, Lima, 2003-1, pp.38-49.

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