lunes, 15 de octubre de 2012

CD 67 – Adolfo Bioy Casares: “El Inventor de Morel”


Para muchos estudiosos de su Literatura fundamental, la verdadera Obra de Adolfo Bioy Casares (1914-1999) comienza en 1940 cuando publica La Invención de Morel, poco tiempo antes de Antología de la Literatura Fantástica, ese maravilloso libro urdido por las elecciones de Silvina Ocampo, Jorge Luis Borges y el propio Bioy.

La primera edición de La Invención de Morel está prologada por el autor de Hombre de la Esquina Rosada. En ese breve e impar texto -tan trascendente e imprescindible como la propia novela- Borges desoculta los signos que envuelven la trama de esa historia protagonizada por un prófugo que repite sistemáticamente sus acciones más nimias, cotidianas e infelices. En esas líneas definitivas podemos leer:

“Las ficciones de índole policial -otro género típico de este siglo que no puede inventar argumentos- refieren hechos misteriosos que luego justifica e ilustra un hecho razonable; Adolfo Bioy Casares, en estas páginas, resuelve con felicidad acaso un problema acaso más difícil. Despliega una odisea de prodigios que no parecen admitir otra clave que la alucinación o que el símbolo, y plenamente los descifra mediante un solo postulado fantástico pero no sobrenatural. El temor de incurrir en prematuras y parciales revelaciones me prohíbe el examen del argumento y de las muchas delicadas sabidurías de la ejecución. (…) En español son infrecuentes y aun rarísimas las obras de imaginación razonada. Los clásicos ejercieron la alegoría, las exageraciones de la sátira y, alguna vez, la mera incoherencia verbal; de fechas recientes no recuerdo sino algún cuento de Las Fuerzas Extrañas y alguno de Santiago Davobe: olvidado con injusticia. La Invención de Morel (cuyo título alude filialmente a otro inventor isleño, a Moreau) traslada a nuestras  tierras y a nuestro idioma un género nuevo”.

Y, en el último párrafo, Jorge Luis Borges sella el itinerario por esos  laberintos de la escritura: “He discutido con su autor los pormenores de su trama, la he releído; no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta”. Desde ese 2 de noviembre de 1940, tanto este Prólogo rotundo como esta Novela redonda, siguen reivindicando persistentemente la primacía de las tramas, esos objetos artificiales que no sufren ninguna parte injustificada.

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