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viernes, 16 de octubre de 2020

CD 265 – Con Voz Propia: Gabriel García Márquez: “La Escritura Embrujada”

 

En la Carpintería Literaria 

Por Álvaro Santana Acuña 

“La escritura de ficción es un acto hipnótico”, confesó Gabriel García Márquez en una entrevista al explicar su técnica de contar historias. Una técnica que él comparaba con la carpintería. “Uno trata de hipnotizar al lector para que no piense sino en el cuento que tú le estas contando y eso requiere una enorme cantidad de clavos, tornillos y bisagras para que no despierte”. 

La carpintería literaria de García Márquez está ya abierta al público. Ayer martes el Harry Ransom Center en Austin (Texas), que custodia el archivo del escritor colombiano, puso en línea de forma gratuita más de 27.000 imágenes. Se trata de una colección digital clave para comprender en profundidad la vida y obras del escritor, desde sus inicios como periodista en Colombia hasta sus últimos años, cuando trataba de terminar el segundo volumen de sus memorias, del cual puede consultarse el manuscrito inédito. La parte más importante de la colección digital la conforman los manuscritos de la mayoría de sus obras, como “Cien años de soledad”, “El amor en los tiempos del cólera”, “Crónica de una muerte anunciada”, entre otras.  

Además, el archivo permite al usuario  (https://hrc.contentdm.oclc.org/digital/collection/p15878coll51) cotejar las diferentes  versiones de un mismo libro y así entender cómo funcionaba la carpintería de García Márquez, es decir, cómo iba editando el texto en versiones sucesivas. 

La colección incluye cientos de fotos, que muestran al escritor como padre, figura pública, amigo de políticos, incluidas numerosas imágenes de su amistad con Fidel Castro. Resultan sorprendentes los voluminosos álbumes de recortes de García Márquez, quien coleccionó durante más de cincuenta años los recortes de prensa en más de diez lenguas sobre la recepción de su obra literaria en más de veinte países.  

Estos volúmenes son otra de las muchas sorpresas, al igual que documentos personales, como el billete de avión que llevó a García Márquez hasta Estocolmo para recibir el Nobel de literatura en 1982. Están las cartas escritas a Bill Clinton, notas sobre Shakira y textos políticos poco conocidos. Hay nuevos detalles sobre su estrecha relación con el cine, como guiones originales de sus películas. Tras consultar el archivo de García Márquez en persona para escribir mi libro “Ascent to Glory”, sobre cómo “Cien años de soledad” se convirtió en un clásico, confirmo que el Harry Ransom Center ha hecho un loable esfuerzo para que sean accesible globalmente los documentos más importantes del archivo de uno de los escritores más influyentes del último siglo. 

(Fuente: https://elpais.com/cultura/2017/12/12/actualidad/1513111845_019920.html


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Track 01: “La Escritura Embrujada” -  (53:01) 

“Gabriel Garciìa Maìrquez: La Escritura Embrujada” / Un film de Yves Billon y Mauricio Martiìnez Cavard - Datos de edición Bogotaì: Les Films du Village: France 3: ABCine, [1998] 

El film narra la poderosa ascensioìn de Gabo, el primer hijo del telegrafista de Aracataca, aquel pueblito del lejano oeste colombiano, incrustado como una isla en medio de un oceìano de plantaciones bananeras. Partimos al descubrimiento de las principales etapas de su vida y vamos a buscar los cimientos de su obra, siempre intentando hallar la verdad del hombre y siguiendo el proceso de creacioìn de sus obras mayores, como los ineludibles  “Cien AnÞos de Soledad”, “El Coronel No Tiene Quien le Escriba” y “El otonÞo del Patriarca”, sin olvidar naturalmente las obras posteriores maìs importantes como el extraordinario “El Amor en los Tiempos del Coìlera” y “Del Amor y Otros Demonios”.  Este film no es una biografiìa oficial sino el fruto de una doble perspectiva: subjetiva por un lado, tratando de situar la obra en el contexto de su relacioìn con sus lectores latinoamericanos en general y colombianos en particular, y de esta manera observar ese fenoìmeno de identificacioìn de todo un pueblo a traveìs de sus relatos; y una perspectiva criìtica, por un lado, intentando hallar la distancia justa entre el hombre, su obra y la historia contemporaìnea de su paiìs. 

Una coproduccioìn de Canal 22, Ministerio de Cultura y TVE S.A.;  Guion: Mauricio Martiìnez Cavard, Conchita Penilla Ceìspedes ; Voces: Humberto Dorado y Vicky Hernaìndez ; Caìmaras: Jean - Philippe Polo ; Sonidista: Ceìsar Salazar ; Asistente de Direccioìn: Ana Vivas ; Produccioìn de Campo: Isabel Feldsberg.  

(Fuente: https://catalogoenlinea.bibliotecanacional.gov.co/client/es_ES/search/stream/119173/false/0

Track 02: Gabriel García Márquez entrevista a Pablo Neruda (18:26)  

El 21 de octubre de 1971, el poeta chileno Pablo Neruda recibió el Nobel de Literatura, máximo galardón de las letras en el mundo, premio que también obtendría el novelista colombiano Gabriel García Márquez, 13 años después, en 1984. 

Fue a pocos días de recibir el reconocimiento, cuando Neruda fue entrevistado por su amigo, periodista de profesión, "Gabo", Gabriel García Márquez. Dando origen a un hecho histórico entre dos gigantes de las letras latinoamericanas, que quedó registrado por las cámaras de la Televisión Nacional de Chile. 

El periodista que presentó el programa fue Augusto Olivares, en ese entonces, director de prensa de la señal estatal. Tenía una profunda amistad con Salvador Allende, de quien era también su asesor. El 11 de septiembre de 1973, tras el bombardeo del Golpe Militar a la casa de Gobierno, Olivares, que acompañó a su amigo durante las horas más duras de ese día dentro del Palacio, se despidió de él y se suicidó clavándose una bala en la sien. 

(Fuente: https://wp.telesurtv.net/news/pablo-neruda-gabriel-garcia-marquez-entrevista-novel-20181021-0010.html


martes, 28 de mayo de 2019

CD 228 – Con Voz Propia: Gabriel García Márquez: El Alquimista de las Palabras


Del oficio y otras yerbas

- “He explicado muchas veces, en torno a Cien años de soledad, qué papel juega esta última palabra... Es la soledad de América latina. En la obra sólo quise dejar una constancia poética del mundo de mi infancia, que transcurrió en una casa muy grande, muy triste, con una hermana que comía tierra y una abuela que adivinaba el porvenir.”
- “Yo no escribo poesía, pero intento dar soluciones poéticas a todo lo que escribo.”
- “Dicen que soy un mafioso, porque mi sentido de la amistad es tal que resulta un poco el de los gangsters: por un lado mis amigos, y por otro el resto del mundo, con el que tengo muy poco contacto.”
- “De niño, antes de saber escribir, dibujaba historias.”
- “Hablo siempre como latinoamericano. No soy muy consciente de representar una cultura universal, como a veces me reclaman.”
- “El problema de la novela es la credibilidad. El escritor tiene derecho a decir todo lo que quiera siempre y cuando lo haga creíble. Mi interés primordial es agarrar al lector por el cuello desde el principio y no soltarlo hasta el final.”
- “Entre el reportaje y la novela los límites nunca están muy claros.”
- “Ante esta realidad sobrecogedora (la de América latina) que a través de todo el tiempo humano debió parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tenga por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la Tierra” (En su discurso de aceptación del Premio Nobel).
- “Muchos elementos de mi vocación literaria proceden de mi padre. Los amores de mis padres inspiraron El amor en los tiempos de cólera.”
- “Del periodismo me ha venido lo mejor que tengo: mi conciencia política.”


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En amplia conversación con Ernesto McCausland, Gabriel García Márquez discurre sobre su Caribe natal y vital. Fuente: Fundación Ernesto McCausland


En los archivos de la memoria audiovisual colombiana, se encuentran gemas como esta entrevista realizada a Gabo a finales de los setenta. Fuente: INRAVISION/Señal Colombia/2002.

Gabriel García Márquez conversa sobre sus novelas, la literatura y el cine latinoamericano basado en su obra. Fuente: "Tales Beyond Solitude", documental dirigido por Holly Aylett y producido por Sylvia Stevens Released (1989).


Este material se produjo para Televisión Nacional de Chile, el canal estatal, en 1971. En un esfuerzo por llevar cultura a los hogares chilenos, reunieron en Paris a estas dos leyendas de la literatura universal. El periodista que presenta este programa es nada menos que Augusto Olivares, quien trabajó para la revista chilena "Punto Final" del cual fue fundador, y como director de prensa de Televisión Nacional de Chile durante el gobierno de Salvador Allende, de quien fue asesor y compañero. El "Perro" Olivares, como cariñosamente le apodaban, se suicidó junto al presidente Allende el mismo día del bombardeo a La Moneda.


Esta producción fue realizada en 2014 por el Canal Once TV de México. Además de recopilar archivo sonoro y visual de Gabo, con sus testimonios participan Martha Confield (Poeta y Traductora), Carlos Fuentes (Escritor), Lisandro Luque  (Cineasta Mexicano),  Guillermo Angulo (Cineasta), Eligia García Márquez  (Hermana de Gabriel), Jorge Ruiz Dueñas (Poeta), Jaime Labastida (ExPresidente de la Academia Mexicana de la Lengua), Jaime García Márquez (Hermano de Gabo), Jacobo Zabludovsky (Periodista), Jaime Abello (ExDirector de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano) y Miguel de la Cruz (Periodista)

jueves, 30 de agosto de 2018

CD 210 – Gabriel García Márquez: “Vivir para Contarlo”


Se Necesita un Escritor

Por Gabriel García Márquez

“Me preguntan con frecuencia qué es lo que me hace más falta en la vida, y siempre contesto la verdad: "Un escritor". El chiste no es tan bobo como parece. Si alguna vez me encontrara con el compromiso ineludible de escribir un cuento de quince cuartillas para esta noche, acudiría a mis incontables notas atrasadas y estoy seguro de que llegaría a tiempo a la imprenta. Tal vez sería un cuento muy malo, pero el compromiso quedaría cumplido, que al fin y al cabo es lo único que he querido decir con este ejemplo de pesadilla. En cambio, no sería capaz de escribir un telegrama de felicitación ni una carta de pésame sin reventarme el hígado durante una semana. Para estos deberes indeseables, como para tantos otros de la vida social, la mayoría de los escritores que conozco quisieron apelar a los buenos oficios de otros escritores. Una buena prueba del sentido casi bárbaro del honor profesional lo es sin duda esta nota que escribo todas las semanas, y que por estos días de octubre va a cumplir sus primeros dos años de sociedad. Sólo una vez ha faltado en este rincón, y no fue por culpa mía: por una falla de última hora en los sistemas de transmisión. La escribo todos los viernes, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, con la misma voluntad, la misma conciencia, la misma alegría y muchas veces con la misma inspiración con que tendría que escribir una obra maestra. Cuando no tengo el tema bien definido me acuesto mal la noche del jueves, pero la experiencia me ha enseñado que el drama se resolverá por sí solo durante el sueño y que empezará a fluir por la mañana, desde el instante en que me siente ante la máquina de escribir. Sin embargo, casi siempre tengo varios temas pensados con anticipación, y poco a poco voy recogiendo y ordenando los datos de distintas fuentes y comprobándolos con mucho rigor, pues tengo la impresión de que los lectores no son tan indulgentes con mis metidas de pata como tal vez lo serían con el otro escritor que me hace falta. Mi primer propósito con estas notas es que cada semana les enseñen algo a los lectores comunes y corrientes, que son los que me interesan, aunque esas enseñanzas les parezcan obvias y tal vez pueriles a los sabios doctores que todo lo saben. El otro propósito -el más difícil- es que siempre estén tan bien escritas como yo sea capaz de hacerlo sin la ayuda del otro, pues siempre he creído que la buena escritura es la única felicidad que se basta de sí misma.

Esta servidumbre me la impuse porque sentía que entre una novela y otra me quedaba mucho tiempo sin escribir, y poco a poco -como los peloteros- iba perdiendo la calentura del brazo. Más tarde, esa decisión artesanal se convirtió en un compromiso con los lectores, y hoy es un laberinto de espejos del cual no consigo salir. A no ser que encontrara, por supuesto, al escritor providencial que saliera por mí. Pero me temo que ya sea demasiado tarde, pues las tres únicas veces en que tomé la determinación de no escribir más estas notas me lo impidió, con su autoritarismo implacable, el pequeño argentino que también yo llevo dentro.

La primera vez que lo decidí fue cuando traté de escribir la primera, después de más de veinte años de no hacerlo, y necesité una semana de galeote para terminarla. La segunda vez fue hace más de un año, cuando pasaba unos días de descanso con el general Omar Torrijos en la base militar de Farallón, y estaba el día tan diáfano y tan pacífico el océano que daban más ganas de navegar que de escribir. "Le mando un telegrama al director diciendo que hoy no hay nota, y ya está", pensé, con un suspiro de alivio. Pero no pude almorzar por el peso de la mala conciencia y, a las seis de la tarde, me encerré en el cuarto, escribí en una hora y media lo primero que se me ocurrió y le entregué la nota a un edecán del general Torrijos para que la enviara por télex a Bogotá, con el ruego de que la mandaran desde allí a Madrid y a México. Sólo al día siguiente supe que el general Torrijos había tenido que ordenar el envío en un avión militar hasta el aeropuerto de Panamá, y, desde allí, en helicóptero, al palacio presidencial, desde donde me hicieron el favor de distribuir el texto por algún canal oficial.

La última vez, hace ahora seis meses, cuando descubrí al despertar que ya tenía madura en el corazón la novela de amor que tanto había anhelado escribir desde hacía tantos años, y que no tenía otra alternativa que no escribirla nunca o sumergirme en ella de inmediato y de tiempo completo. Sin embargo, a la hora de la verdad, no tuve suficientes riñones para renunciar a mi cautiverio semanal, y por primera vez estoy haciendo algo que siempre me pareció imposible: escribo la novela todos los días, letra por letra, con la misma paciencia, y ojalá con la misma suerte con que picotean las gallinas en los patios, y oyendo cada día más cerca los pasos temibles de animal grande del próximo viernes. Pero aquí estamos otra vez, como siempre, y ojalá para siempre.

Ya sospechaba yo que no escaparía jamás de esta jaula desde la tarde en que empecé a escribir esta nota en mi casa de Bogotá y la terminé al día siguiente bajo la protección diplomática de la embajada de México; lo seguí sospechando en la oficina de Telégrafos de la isla de Creta, un viernes del pasado julio, cuando logré entenderme con el empleado de turno para que transmitiera el texto en castellano. Lo seguí sospechando en Montreal, cuando tuve que comprar una máquina de escribir de emergencia porque el voltaje de la mía no era el mismo del hotel. Acabé de sospecharlo para siempre hace apenas dos meses, en Cuba, cuando tuve que cambiar dos veces las máquinas de escribir porque se negaban a entenderse conmigo. Por último, me llevaron una electrónica de costumbres tan avanzadas que terminé escribiendo de mi puño y letra y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, como en los tiempos remotos y felices de la escuela primaria de Aracataca. Cada vez que me ocurría uno de estos percances apelaba con más ansiedad a mis deseos de tener alguien que se hiciera cargo de mi buena suerte: un escritor.

Con todo, nunca he sentido esa necesidad de un modo tan intenso como un día de hace muchos años en que llegué a la casa de Luis Alcoriza, en México, para trabajar con él en el guión de una película.

Lo encontré consternado a las diez de la mañana, porque su cocinera le había pedido el favor de escribirle una carta para el director de la Seguridad Social. Alcoriza, que es un escritor excelente, con una práctica cotidiana de cajero de banco, que había sido el escritor más inteligente de los primeros guiones para Luis Buñuel y, más tarde, para sus propias películas, había pensado que la carta sería un asunto de media hora. Pero lo encontré, loco de furia, en medio de un montón de papeles rotos, en los cuales no había mucho más que todas las variaciones concebibles de la fórmula inicial: por medio de la presente, tengo el gusto de dirigirme a usted para... Traté de ayudarlo, y tres horas después seguíamos haciendo borradores y rompiendo papel, ya medio borrachos de ginebra con vermouth y atiborrados de chorizos españoles, pero sin haber podido ir más allá de las primeras letras convencionales. Nunca olvidaré la cara de misericordia de la buena cocinera cuando volvió por su carta a las tres de la tarde y le dijimos sin pudor que no habíamos podido escribirla. "Pero si es muy fácil", nos dijo, con toda su humildad. "Mire usted". Y entonces empezó a improvisar la carta con tanta precisión y tanto dominio que Luis Alcoriza se vio en apuros para copiarla en la máquina con la misma fluidez con que ella la dictaba. Aquel día -como todavía hoy- me quedé pensando que tal vez aquella mujer, que envejecía sin gloria en el limbo de la cocina, era el escritor secreto que me hacía falta en la vida para ser un hombre feliz.


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Producción General y Edición: Blanca Curia

miércoles, 14 de junio de 2017

CD 180 – Con Voz Propia: Gabriel García Márquez


¿Cómo se Escribe una Novela?

Gabriel García Márquez

Ésta es, sin duda, una de las preguntas que se hacen con más frecuencia a un novelista. Según sea quien la haga, uno tiene siempre una respuesta de complacencia. Más aún: es útil tratar de contestarla, porque no sólo en la variedad está el placer, como se dice, sino que también en ella están las posibilidades de encontrar la verdad. Porque una cosa es cierta: creo que quienes más se hacen a sí mismos la pregunta de cómo se escribe una novela son los propios novelistas. Y también a nosotros mismos nos damos cada vez una respuesta distinta. Me refiero, por supuesto, a los escritores que creen en que la literatura es un arte destinada a mejorar el mundo. Los otros, los que piensan que es un arte destinada a mejorar sus cuentas de banco, tienen fórmulas para escribir que no sólo son certeras, sino que pueden resolverse con tanta precisión como si fueran fórmulas matemáticas. Los editores lo saben. Uno de ellos se divertía hace poco explicándome cómo era de fácil que su casa editorial se ganara el Premio Nacional de Literatura. En primer término, había, que hacer un análisis de los miembros del jurado, de su historia personal, de su obra, de sus gustos literarios. El editor pensaba que la suma de todos esos elementos terminaría por dar un promedio del gusto general del jurado. "Para eso están las computadoras", decía. Una vez establecido cuál era la clase de libro que tenía mayores posibilidades de ser premiado, había que proceder con un método contrario al que suele utilizar la vida: en vez de buscar dónde estaba ese libra, había que investigar cuál era el escritor, bueno o malo, que estuviera mejor dotado para fabricarlo. Todo lo demás era cuestión de firmarle un contrato para que se sentara a escribir sobre medida el libro que recibiría el año siguiente el Premio Nacional de Literatura. Lo alarmante es que el editor había sometido este juego al molino de las computadoras, y éstas le habían dado una posibilidad de acierto de un ochenta y seis por ciento.
De modo que el problema no es escribir una novela -o un cuento corto- sino escribirla en serio, aunque después no se venda ni gane ningún premio. Esa es la respuesta que no existe, y si alguien tiene razones para saberlo en estos días es el mismo que está escribiendo esta columna con el propósito recóndito de encontrar su propia solución al enigma. Pues he vuelto a mi estudio de México, donde hace un año justo dejé varios cuentos inconclusos y una novela empezada, y me siento como si no encontrara el cabo para desenrollar el ovillo. Con los cuentos no hubo problemas: están en el cajón de la basura. Después de leerlos con la saludable distancia de un año, me atrevo a jurar -y tal vez sería cierto- que no fui yo quien los escribió. Formaban parte de un viejo proyecto de sesenta o más cuentos sobre la vida de los latinoamericanos en Europa, y su principal defecto era el fundamental para romperlos: ni yo mismo me los creía.
No tendré la soberbia de decir que no me tembló la mano al hacerlos trizas y luego dispersar las serpentinas para impedir que fueran reconstruidos. Me tembló, y no sólo la mano, pues en esto de romper papeles tengo un recuerdo que podría parecer alentador pero que a mí me resulta deprimente. Es un recuerdo que se remonta a una noche de julio de 1955, a la víspera del viaje a Europa del enviado especial de El Espectador, cuando el poeta Jorge Gaitán Durán llegó a mi cuarto de Bogotá a pedirme que le dejara algo para publicar en la revista Mito. Yo acababa de revisar mis papeles, había puesto a buen seguro los que creía dignos de ser conservados y había roto los desahuciados. Gaitán Durán, con esa voracidad insaciable que sentía anta la literatura, y sobre todo ante la posibilidad de descubrir valores ocultos, empezó a revisar en el canasto los papeles rotos, y de pronto encontró algo que le llamó la atención. "Pero esto es muy publicable", me dijo. Yo le expliqué por qué lo había tirado: era un capítulo  entero que había sacado de mi primera novela, La hojarasca -ya publicada en aquel momento-, y no podía tener otro destino honesto que el canasto de la basura. Gaitán Durán no estuvo de acuerdo. Le parecía que en realidad el texto hubiera sobrado dentro de la novela, pero que tenía un valor diferente por sí mismo. Más por tratar de complacerlo que por estar convencido, le autoricé para que remendara las hojas rotas con cinta pegante y publicara el capítulo como si fuera un cuento. "Qué títulos le ponemos?", me preguntó, usando un plural que muy pocas veces había sido tan justo como en aquel caso. "No sé", le dije. "Porque eso no era más que un monólogo de Isabel viendo llover en Macondo". Gaitán Durán escribió en el margen superior de la primera hoja casi al mismo tiempo que yo lo decía: "Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo". Así se recuperó de la basura uno de mis cuentos que ha recibido los mejores elogios de la crítica y, sobre todo, de los lectores. Sin embargo, esa experiencia no me sirvió para no seguir rompiendo los originales que no me parecen publicables, sino que me enseñó que es necesario romperlos de tal modo que no se puedan remendar nunca.

Romper los cuentos es algo irremediable, porque escribirlos es como vaciar concreto. En cambio, escribir una novela es como pegar ladrillos. Quiere esto decir que si un cuento no fragua en la primera tentativa es mejor no insistir. Una novela es más fácil: se vuelve a empezar. Esto es lo que ha ocurrido ahora. Ni el tono, ni el estilo, ni el carácter de los personajes eran los adecuados para la novela que había dejado a medias. Pero aquí también la explicación es una sola: ni yo mismo me la creía. Tratando de encontrar la solución volví a leer dos libros que suponía útiles. El primero fue La educación sentimental, de Flaubert, que no leía desde los remotos insomnios de la universidad, y sólo me sirvió hora para eludir algunas analogías que hubieran resultado sospechosas. Pero no me resolvió el problema. El otro libro que volví a leer fue La casa de las bellas dormidas, de Yasunari Kawabata, que me había golpeado en el alma hace unos tres años y que sigue siendo un libro hermoso. Pero esta vez no me sirvió de nada, porque yo andaba buscando pistas sobre el comportamiento sexual de los ancianos, pero el que encontré en el libro es el de los ancianos japoneses, que al parecer es tan raro como todo lo japonés, y desde luego no tiene nada que ver con el comportamiento sexual de los ancianos caribes. Cuando conté mis preocupaciones en la mesa, uno de mis hijos -el que tiene más sentido práctico- me dijo: "Espera unos años más y lo averiguarás por tu propia experiencia". Pero el otro, que es artista, fue más concreto: "Vuelve a leer Los sufrimientos del joven Werther", me dijo, sin el menor rastro de burla en la voz. Lo intenté, en efecto, no sólo porque soy un padre muy obediente, sino porque de veras pensé que la famosa novela de Goethe podía serme útil. Pero la verdad es que en esta ocasión no terminé llorando en su entierro miserable, como me ocurrió la primera vez, sino que no logré pasar de la octava carta, que es aquella en que el joven atribulado le cuenta a su amigo Guillermo cómo empieza a sentirse feliz en su cabaña solitaria. En este punto me encuentro, de modo que no es raro que tenga que morderme la lengua para no preguntar a todo el que me encuentro: "Dime una cosa, hermano: ¿cómo carajo se escribe una novela?".

Auxilio

Alguna vez leí un libro, o vi una película, o alguien me contó un hecho real, con el siguiente argumento: un oficial de marina metió de contrabando a su amada en el camarote de un barco de guerra, y vivieron un amor desaforado dentro de aquel recinto opresivo, sin que nadie los descubriera, durante varios años. A quien sepa quién es el autor de esta bellísima historia le ruego que me lo haga saber de urgencia, pues lo he preguntado a tantos y tantos que no lo saben, que ya empiezo a sospechar que a lo mejor se me ocurrió a mí alguna vez y ya no lo recuerdo. Gracias.


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Ficha Técnica: 
Producción General y Edición: Blanca Curia


lunes, 19 de julio de 2010

CD 32: Contares


Contares. Historias que atravesarán nuestros sentidos estremeciéndonos e invadiendo nuestros sueños.

La Casa Viva (Elsa Bornemann)

Locución: María Emilia Elizar
Personajes:Fernando Belletti
                   Natalia Salazar
                   Rodrigo Picotti
                   Rodrigo Barba
                   Erika Bidal
Edición: Erika Bidal

Espantos de Agosto (Gabriel García Márquez)

Locución: Facundo Romero
Edición: Federico Vimberg

Aquelarre (Juan José Manauta)

Locución y Edición: Sebastián Carmelé

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sábado, 27 de marzo de 2010

CD 22: Imaginar creciendo


Porque escuchar historias ayuda a crecer, y a desarrollar el pensamiento y la creatividad. 
Porque cuando somos chic@s nos gusta irnos a dormir con un cuento.
Porque cuando somos adult@s también quisiéramos sentarnos a escuchar una narración.
Porque contar es lo que mantiene todas las culturas.
Cuentos para niños y para grandes, de todas partes del mundo.

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miércoles, 13 de agosto de 2008

CD 04: Grandes


Grandes son las historias, como grandes son sus autores.
Gabriel García Márquez, Ítalo Calvino, Juan Falú.
Tres grandes y sus narraciones.

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