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martes, 20 de diciembre de 2022

CD 331 – Alejandra Pizarnik: “Pequeña Náufraga”

                         

Aira Sobre Pizarnik 

Compartimos algunos fragmentos de Alejandra Pizarnik, el libro que César Aira realizó a partir de unas conferencias dictadas en 1996 sobre quizá la más difundida de las poetas argentinas. En estos fragmentos, a partir del poema Reloj, Aira analiza la poética de Pizarnik relacionándola con procedimientos del surrealismo. La imagen del reloj (tan cara a los surrealistas) es retomada en varias oportunidades a lo largo del ensayo, y Aira la resignifica o le adhiere una nueva capa de sentido en cada oportunidad. La primera vez que la utiliza lo hace para decir que Pizarnik hace con el surrealismo lo que alguien podría hacer con el reloj de un pariente muerto: usarlo. En el poema Reloj, según Aira, aparecen varios de los procedimientos centrales de la obra de Pizarnik: la brevedad; la miniaturización; la brevedad y la pureza como consecuencias de la obsesión por la calidad; la metáfora autobiográfica y la necesidad de disponer de un “sujeto personaje”; la negación, el presente como tiempo en que se anula el tiempo. 

 

            Dice Aira: 

“Como suele suceder con las iniciativas de la crítica, esta mía tiene su origen en el deseo de corregir una injusticia: la que veo en el uso tan habitual de algunas metáforas sentimentales para hablar de A.P. Casi todo lo que se escribe sobre ella está lleno de “pequeña náufraga”“niña extraviada”“estatua deshabitada de sí misma”, y cosas por el estilo. Ahí hay una falta de respeto bastante alarmante, o un exceso de confianza, en todo caso, una desvalorización. (…). Reduce a una poeta a una especie de bibelot decorativo en la estantería de la literatura, y clausura el proceso del que sale la poesía, resultado de críticos que, pese a las mejores intenciones, parecen empeñados en congelar a la literatura en objetos.   


(Fuente: https://hablardepoesia.com.ar/2018/04/10/sobre-alejandra-pizarnik/) 




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Track 01: Presencia, por Camila Bois (00:44) 

Track 02: Silencio, por Martín Leonardo Coria (00:22) 

Track 03: Exilio, por Victoria Ponte (01:10) 

Track 04: El Despertar, por Vicente Zito Lema (03:59) 

Track 05: La Última Inocencia, por Sylvia Bonfiglio (00:38) 

Track 06: En Esta Noche. En Este Mundo, por Paula Martini (03:22) 

Track 07: En Tu Aniversario, por Martín Leonardo Coria (00:20) 

 

Ficha Técnica: Una Producción de la Dirección de Medios del Consejo Universitario de Medios Audiovisuales de la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV) que formó parte del homenaje a la poeta avellanedense Alejandra Pizarnik, en ocasión de conmemorarse el 50° aniversario de su fallecimiento, el 25 de septiembre de 2022. https://radio.undav.edu.ar/ 


jueves, 29 de abril de 2021

CD 284 – Alejandra Pizarnik: "Eres la Vida y Eres la Nada”


 Nunca es Muda La Muerte 

Por María Seoane 

El azar quiso que escribiera estas líneas sobre Alejandra Pizarnik en la mañana del 24 de marzo de 2021. El Día de la Memoria de los argentinos. 

El día en que se recuerda cuando la muerte tuvo estatus de tragedia nacional y la dictadura militar de 1976, mientras organizaba el saqueo económico de la patria, sacó a pasear sus tanques de odio y abrió sus cuevas de dolor en los miles de cuerpos aún desaparecidos. Un azar que liga extrañamente los versos de Alejandra, nuestra poeta maldita, nuestras venas abiertas del lenguaje, a algo más que al recuerdo de su nacimiento en 1936, en plena Década Infame. 

Un azar que liga a Alejandra con mi generación asesinada y exiliada. Porque si algo sabía Alejandra era nombrar la muerte, descoserla palabra a palabra. Mi memoria vacila, pero viaja a tres momentos cuando su poesía podía definir marcas profundas en mi generación. En 1962, cuando Alejandra Talita Cumi, como la llamaba la gran poeta nacional y su amiga del alma Olga Orozco– conocía en Europa a Cortázar y Sartre y Simone de Beauvoir y Marguerite Duras y Octavio Paz, mi rumiante profesora de Geografía en segundo año del comercial arrancó de mi pupitre “Lolita”, de Vladímir Nabokov, por “pornográfico” y porque “una señorita no debe leer esas cosas”, a pesar de que entonces yo era una niña que ya se había desvirgado políticamente al ver bombardear por la aviación argentina el parque Chacabuco, donde vivía, porque dos bandos militares se peleaban sobre si seguir proscribiendo o no al peronismo, prohibido sangrientamente desde 1955. 

Dentro de “Lolita”, a mano, tenía copiados fragmentos del libro “Árbol de Diana”, de Alejandra Pizarnik. La furia de la profesora de Geografía escaló: “Si leés sobre una puta nunca vas a ser una buena madre”, sentenció. A partir de entonces, no paré de intentar escribir poesía. No me detuve hasta devorar todo lo que encontraba de Alejandra. Sus versos, sus entonaciones, su locura que se filtraba como una lanza contestataria contra el ritual represivo burgués. Ella parecía decirles: mi vida no les pertenece, mi muerte tampoco. ¿Era una mujer fundante de mi generación sin quererlo siquiera? Y con esa rebelión pertinaz para definir el amor, la nada, la libertad, su muerte ocurrió el 25 de septiembre de 1972, cuando se suicidó con una sobredosis de barbitúricos. 

Por entonces, la militancia universitaria me había alejado de la poesía. Sólo deglutía ensayos políticos, aunque cada tanto esa traición me enviaba a una tierra baldía. Recuerdo que alguien me dijo que el último que había tomado un café con ella en el bar El Ciervo, de Callao y Corrientes, había sido el historiador Milcíades Peña. Y allí fui en peregrinaje, a un velorio sin el cadáver de Alejandra. Era un duelo que se sumaba al de los muertos de Trelew, los guerrilleros asesinados por la dictadura del general Lanusse en la base Almirante Zar el 22 de agosto de 1972. 

La muerte que Alejandra había tratado de nombrar –misión imposible de la lengua y eje de su locura– flotaba como la niebla que anticipaba una tormenta de sangre en nuestra historia. 

Me senté en la mesa de El Ciervo, que aún parecía una cervecería alemana con boiserie de madera alpina, y leí una y otra vez como homenaje, susurrando, la definitiva poesía de Cesare Pavese, que ya se había suicidado en Turín en 1951. “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos/ esta muerte que nos acompaña desde el alba a la noche, insomne/ sorda, como un viejo remordimiento o un absurdo defecto. Tus ojos serán una palabra inútil/ un grito callado, un silencio. Así los ves cada mañana/ cuando sola te inclinas ante el espejo. Oh, amada esperanza, / aquel día sabremos, también, que eres la vida y eres la nada”

En 1977, ya exiliada en Italia, visité la casa natal de Pavese en Santo Stéfano Belbo, en el Piamonte. La Argentina era una fábrica de muerte donde no sólo asesinaban y robaban los cuerpos de las militantes sino también los de sus bebés. Frente a la casa de Pavese, entonces, en un ritual de duelo, leí una parte de “Fragmentos para dominar el silencio”, del libro de Alejandra “Extracción de la piedra de locura” (1968): “No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio”. Muchos años después, en 2001, cuando los juicios por la memoria, la verdad y la justicia eran la reparación más profunda de esa historia, me atreví a poner ese verso desgarrado como epígrafe en la biografía del dictador Videla. Porque Alejandra sabía: nunca es muda la muerte. Nunca. 

(Fuente: https://carasycaretas.org.ar/2021/04/03/nunca-es-muda-la-muerte


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Track 01: Escribir (01:56) 

Track 02: Los Colores (03:01) 

Track 03: Pertenencia (04:33) 

Track 04: Duplicidad (02:37) 

Track 05: El Asesinato y La Infancia (01:20) 

Track 06: Locura y Muerte (08:09) 


Ficha Técnica: 

Para la producción de estas piezas sonoras se han utilizado los siguientes materiales: 

* Entrevistas a Delfina Muschietti e Ivonne Bordelois realizadas en TramaS 

* Selección de Textos tomados de: 

"Nueva Correspondencia. Pizarnik" (Edición de Ivonne Bordelois y Cristina Piña - Alfagura) 

"Alejandra Pizarnik. Diarios" (Edición de Ana Beccia - Lumen) 

"Alejandra Pizarnik. Poesía Completa" (Lumen) 

* Lectura de Poemas que aparecen según este orden de aparición:  

- “Sólo Un Nombre” 

- “La Noche” 

- “La Jaula” 

- “Poema 14” (del libro “Árbol de Diana”) 

- “La Enamorada” 

- “Caminos del Espejo N° XV” 

- “Reminiscencias” 

- “Tiempo” 

- Último poema hallado en septiembre de 1972, escrito tal cual se reproduce en un pizarrón de su cuarto de trabajo 

* Audio: Alejandra Pizarnik recita "Escrito en un Nictógrafo” de Arturo Carrera 

* Canción: Marcela Viciano - "Ella Se Desnuda" (poema de Alejandra Pizarnik) 

Producción General y Edición: Blanca Curia 


lunes, 24 de septiembre de 2012

CD 66 - Alejandra Pizarnik: Relatos de Una Pasión

29 de abril de 1936 – 25 de septiembre de 1972

“Cuando el 30 de abril de 1966 retoma las páginas de su diario, se observa recién llegada a los treinta años, sin saber aún nada de la existencia. “Lo infantil  -escribe- tiende a morir ahora pero no por ello entro en la adultez definitiva. El miedo es demasiado fuerte sin duda. Renunciar a encontrar una madre. La idea ya no me parece tan imposible. Tampoco renunciar a ser un ser excepcional (aspiración que me hastía). Pero aceptar ser una mujer de 30 años... Me miro en el espejo y parezco una adolescente. Muchas penas me serían ahorradas si aceptara la verdad” (Diarios 1960-1968, op. cit., p. 277). Al cabo, la substancia nativa de la poesía y de la biografía se confunden, y aunque ello pueda ser discutido por numerosos analistas, lo cierto es que los motivos recurrentes de una no se explican fácilmente sin el auxilio de los que atañen a la otra: “la seducción y la nostalgia imposibles, la tentación del silencio, la escritura concebida como espacio ceremonial donde se exaltan la vida, la libertad y la muerte, la infancia y sus espejismos, los espejos y el doble amenazador” (Ana Nuño, en Alejandra Pizarnik, Prosa completa, edición a cargo de Ana Becciú, Barcelona, Editorial Lumen, 2001, p. 8).”

Mediante el simbolismo desmesurado de Extracción de la piedra de locura (1968), la sola cita del dolor y la impotencia configura el tablero poético, pero no ya por medios convencionales, sino a través de una constatación -rica en consecuencias- de la falta de fe en su propia imaginación creadora. “Si no fuera así -escribe el 24 de mayo de 1966- no leería para aprender sino para gozar. ¿Aprender qué? Formas. No, no es el deseo de frecuentar modos de expresión. Mis contenidos imaginarios son tan fragmentarios, tan divorciados de lo real, que temo, en suma, dar a luz nada más que monstruos. (...) Creo que se trata de un problema de distribución de energías. Pero lo esencial es la falta de confianza en mis medios innatos, en mis recursos internos o espirituales o imaginarios” (Diarios 1960-1968, op. cit., pp. 279-280).

Desde luego, sólo en este clima de bloqueo y melancolía es posible estudiar de forma pormenorizada títulos como Nombres y figuras (1969), La condesa sangrienta (1971) y El infierno musical (1971). En cierto modo, podemos insinuar un propósito testamentario, aunque ese fin también es propio de creadores que no conciben el suicidio entre sus planes. El caso es que, si bien permite que la imprenta reitere sus palabras, Alejandra no quiere perpetuarse y por eso elige morir en la madrugada del 25 de septiembre de 1972. Cincuenta pastillas de Seconal sódico le interesan como un símbolo de su decisión, y es que la muerte “es la mayor disonancia o, quizá, la armonía radical del silencio” (Blas Matamoro, Puesto fronterizo, Madrid, Síntesis, 2003, p. 174). En todo caso, según detalla Ana Nuño, la mitificación de su propio fallecimiento “ha acabado produciendo una especie de «relato de la pasión que la recubre con el velo de un Cristo femenino». Abundan los retratos del poeta suicida y Alejandra ingresa en esa galería de espectros añadiendo una etiqueta más a su obra. ¿Alguien discute, a estas alturas, que el malditismo sea un rótulo atractivo?

Como es obvio para Nuño, resultan graves las consecuencias de esa patología consistente en vincular vida y obra. La lectura de todo ello nos conduce a la cuestión del género: “La melancolía, la soledad y el aislamiento, cuando se ponen de manifiesto en la vida de una mujer, son rasgos que admiten ser interpretados como la prueba de un desequilibrio psíquico de tal naturaleza, que puede conducir a su autora al suicidio o la locura. Si es varón el escritor, en cambio, y su obra o vida o ambas manifiestan parecida contextura —la lista es larga, de Hölderlin y Rimbaud a Kafka y Beckett—, ésta suele recibirse como una confirmación del talante visionario del hacedor” (Ana Nuño, op. cit., p. 7). A vueltas con esa conexión entre la obra literaria y la realidad de su autora, Frank Graziano cree que “la obra suicida de Pizarnik sólo puede nombrar una muerte literaria y nunca una real”. Es más, el debate sobre si la escritora cometió un suicidio o simplemente erró la dosis, resulta académico en lo concerniente a su creación literaria, pues dicha obra “sólo nombra la muerte que sufrió Pizarnik como autora, como personaje de su propia ficción, cualesquiera que fuesen las intenciones específicas de Pizarnik como persona” (Una muerte en que vivir, Alejandra Pizarnik. Semblanza, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992, pp. 12-13).”

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Equipo de Producción:

Textos: Fragmentos de los Diarios de Alejandra Pizarnik

Voz: Liliana Flores

Realización Integral: Nicolás Luco Ciero

Las piezas sonoras se grabaron en los Estudios de Radio Éter, entre agosto y septiembre de 2012.

martes, 8 de diciembre de 2009

CD 21: De poetas y narradores, letras con fundamentos



Reflexiones acerca de la literatura de algunos grandes escritores argentinos: Julio Cortázar, Juan Gelman, Raúl González Tuñón, Leopoldo Marechal, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni y Paco Urondo. Relatos de la mano de los autores.

Analizan su obra: Nicolás Casullo, Carlos Dámaso Martínez, Horacio González, María Gabriela Mizrahi, Delfina Muschietti y Eduardo Romano.