lunes, 28 de diciembre de 2015

CD 145 – Juan Sebastian Bach: “La Primavera de la Música”


La Ofrenda Musical

Permitidme que transcriba unos pasajes del desternillante Cómo dárselas de experto en Música, de Peter Gammond, publicado en 1987 dentro de la cínica y maravillosa colección de humor Guías del enterado, libro al que poco faltó para saltar él solito a mis manos durante un paseo casual por la Cuesta de Moyano y que, más que un lugar destacado en la estantería, merece una especie de altar para él solo:

Bach […] es una religión. A Bach le adoran todos los intelectuales vírgenes, sean hombres o mujeres. Es, como las duchas frías y los baños calientes, un sustituto del sexo. Su pureza es tal que se apodera del alma y el placer se convierte en religioso. La música de Bach debe oírse, cantarse, tocarse o discutirse con una expresión de ineluctable devoción […]

Si se topa usted con una persona realmente adicta a Bach, lo mejor que puede hacer es desmayarse o largarse a su casa con cualquier pretexto, porque si se le escapa un comentario frívolo o adivina que su amor a Bach no pasa de ahí y no va revestido del debido éxtasis y de la unción que merece, corre usted el riesgo de hacerse con una pésima reputación. A Bach o se le toma en serio o ni se lo nombra.

Afortunadamente, existe una expresión que en una conversación normal soluciona todos los problemas, es: "¡¡Ah, Bach!!" Ya se ve que no sirve de nada, pero si insiste usted en esa expresión dándole diferentes inflexiones y ensayando distintas caídas de párpados, le sacará de cualquier apuro […]

Esto es lo que ocurre con J. S. Bach y su obra mística y compleja, plagada de enigmas y juegos, perteneciente además (¿casualidad o no?) a la época más densa del de por sí denso Barroco… aunque muy popular, contra todo pronóstico. Dicha obra está tan por encima de nuestro entendimiento que sólo queda recomendarla, escucharla como quien ve pasar un río de notas indescriptible, tocarla y, si acaso, entretenerse ahondando en circunstancias históricas o en algunas de sus maravillas técnicas. También se puede analizar hasta la hartura desde el punto de vista formal, armónico o contrapuntístico, y sacar jugosas conclusiones, o incluso tratar de "imitarla" con cierto éxito. O también puede uno aprender a hacer sudokus samurai, escalar el Everest o tratar de comprender plenamente al sexo opuesto.

Yo me quedo con escuchar su música y volverla a escuchar. Me parece altamente recomendable, por no decir infalible. En el peor de los casos, y sea o no músico el oyente, la escucha de cualquiera de las obras de Bach es algo agradable, gratificante y curativo. Además te vuelve como "más listo" sin moverte del sillón, igual que esos cacharros de gimnasia pasiva que te dejan el vientre como el de un legionario romano mientras, por ejemplo, lees tonterías como ésta en Internet.

Las circunstancias que rodean la obra que nos ocupa son como un cuento de Perrault: Uno de los hijos músicos de J. S. Bach trabajaba para un rey, Federico II de Prusia, que era flautista y estaba en general muy ligado a la música. El hijo trató de "enchufar" al padre, compositor considerado entonces rancio y pasado de moda, pero asombroso improvisador, en la corte del flautista de marras, para lo cual aquél fue llamado a una especie de audición. Una vez allí, fue instado por Federico a improvisar en el teclado sobre una melodía deforme, llena de cromatismos, a la que muy a duras penas se podía hincar el diente, y que posiblemente se sacó de la manga allí mismo. Bach no sólo extrajo música sublime de aquella melodía medio monstruosa, sino que lo hizo improvisando con ella "en directo" una fuga a tres voces. Por si esto fuera poca machada, se volvió a su casa, y no sólo retomó de memoria lo que había tocado delante del señor de la flauta, ampliándolo hasta un total de seis voces, sino que compuso además toda una serie de piezas basadas en la misma melodía, entre ellas una sonata en la que la flauta era instrumento solista, pensada expresamente para que la tocara el tipo. Después hizo llegar la obra completa a Federico (de ahí que se la conozca como la Ofrenda Musical)… pero ni con esas consiguió el curro, si es que realmente era eso lo que perseguía. Para que luego nos quejemos de la crisis.

La Ofrenda Musical es perfectamente barroca, es decir, contrapuntística hasta la náusea. Basada en el empleo de un montón de melodías simultáneas, vaya. Es un gran bosque de notas que adornan, rodean, juegan, acompañan, responden y, en definitiva, sacan todo el jugo posible a esa única melodía, con la que parlotean durante casi una hora. Melodía que de pronto, mirada así, resulta ser lo más bonito del mundo, y que uno ve aparecer y desaparecer periódicamente entre el amable "oleaje". Es una obra maravillosa que se puede disfrutar de una manera puramente sensorial, sin necesidad de entender lo que está ocurriendo. Sin embargo, tiene el valor añadido de estar concebida a partir de una especie de "plan maestro" que hace coincidir, en un sentido simbólico, cada una de las piezas (instrumentales todas, claro) con cada uno de los volúmenes del tratado de retórica de Quintiliano (Siglo I).

En otras palabras: La música de Bach, y esta obra en concreto, aparte de su belleza evidente, es una especie de inabarcable océano de información que puede hacer las delicias de cualquier friki, con su universo pleno de cánones (esto es, enigmas) y significados más o menos ocultos, y con ese misticismo extremo sin el cual Bach no parecía poder funcionar, ni siquiera cuando escribía música no religiosa. Y yo afirmo, por intuición, que esos elementos trascendentales o simbólicos que, aunque unidos a la música, no se pueden percibir directamente, sí que llegan a clavarse en el oyente de alguna manera. Algo aporta esta música, algo más de lo que suena. Quizá algo que no haya sido descubierto, o que nunca se descubrirá. En fin, me reafirmo en que este tipo fue una especie de Alien que nos visitó.

Que lo disfrutéis con salud.



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