viernes, 28 de junio de 2019

CD 230 - Daniel Moyano: Papeles Sueltos


Anclao en Madrid

Por Damián Huergo

El día que lo detuvieron, Moyano, de algún modo, lo estaba esperando. El 24 de marzo de 1976 había estado en Córdoba, donde fue a anotarse para estudiar Filosofía. Cuando regresó a su casa, encontró la ciudad sitiada por militares. Por distintos frentes, esa noche le llegaron noticias de detenciones arbitrarias a colegas, profesores y a “casi toda la intelectualidad de La Rioja”. Como si fuese una parodia trágica de  El corazón delator, mientras dormía Moyano escuchó el taconear de las botas que se acercaban. De todos modos no lo figuró como una posibilidad real hasta que, al día siguiente, vio estacionar frente a su casa un Falcon desconocido. Moyano, que estaba en pijama, estudiando para el ingreso universitario, abrió la puerta para que no la tiraran a patadas frente a la mirada de sus hijos. Tres hombres, apuntándolo con fusiles, lo acompañaron a la habitación para que se cambie la ropa. Y, sin dejar que agarre el documento, se lo llevaron en silencio a un cuartel cercano a su casa.

Estuvo doce días encerrado sin ver la luz del sol, salvo por el recorte de una ventanita por donde podía calcular la hora según el movimiento de la sombra. Tampoco fue interrogado ni recibió una mínima explicación por la cual estaba preso. Al igual que el escritor Antonio Di Benedetto, sospechaba que lo habían detenido por su actividad periodística. Sin embargo, su literatura no les era ajena a los militares que lo tenían cautivo. Sus libros habían desaparecido de las librerías riojanas y fueron quemados en el cuartel. Incluso, un tiempo antes del Golpe, en 1974, el año de la publicación de El trino del diablo, ya había recibido amenazas por la Triple A. Y ese mismo año, a una locutora de una emisora local, que leía por las noches un capítulo de esa novela extraña, le avisaron que de seguir haciéndolo iban a prender fuego la radio con todo lo que encontraran adentro.  

“Cuando me soltaron, y después de mucho insistir, pude enterarme que la razón era mi ideología. Y ahí me puse a pensar cuál era, y me di cuenta de que mi única ideología era el idioma. Entonces decidí que lo mejor para nosotros era irnos”, le dijo Moyano a Cristina Mucci en una entrevista realizada en la agonía de la dictadura. Apenas es liberado, Moyano se va con su familia a España: en barco hasta Barcelona y luego por tierra hacia Madrid en donde anclan definitivamente. Ese es el comienzo de su exilio, del punto de no retorno, el viaje de ida que no incluía posibilidad de regreso real.

Los primeros siete años que estuvo en España, su ideología, el idioma, continuó sufriendo las consecuencias laterales de la represión y la censura. Todo lo que Moyano intentaba escribir terminaba en nada o, peor, en imágenes catárticas, pesadillescas, sobre sus días de encierro. A pesar de las mezclas de antepasados que lo modelaron y del andar trashumante de su historia familiar, Moyano no se hallaba con el lenguaje ni con la ciudad: tenía la sensación de estar habitando un lugar ficticio, irreal, que pronto dejaría de existir. Durante ese tiempo, para sobrevivir, hizo trabajos de plomería y albañilería. Moyano se había alejado del ambiente literario y periodístico de su país, y tampoco había podido encajar en el de la tierra que lo alojaba. En sus palabras, “yo tuve la mala suerte, la desgracia, de no haber tenido suficiente paciencia o visión como para dedicarme a algún tipo de tarea que estuviera más en consonancia con lo que soy. En estos años me han ido despersonalizando poco a poco, lentamente”.

El camino de vuelta al lenguaje, al castellano bipolar entre el de su país natal y el del lugar que residía, Moyano lo encuentra en la niñez y de la mano de una tía. El cuento se llama Tía Lali, y está cargado de referencias a su pasado, a la siesta en las sierras cordobesas, al juego de niños sin adultos vigilanteando, a la soledad y la muerte. Sin embargo, los cuentos más emblemáticos que Moyano escribe en este período –a la par de las novelas El vuelo del tigre (1981), Libro de navíos y borrascas (1983) y Tres golpes de timbal (1989)– aparecieron bajo el nombre Modulaciones, en un libro que incluía la reedición de El trino del diablo.

Así como en su primera etapa Moyano escribió sobre la marginación y el desarraigo que lo tocaba, los cuentos y novelas escritos durante los años ochenta giran en torno a la desolación del exilio y al proceso político que lo expulsó. Se puede ver en el maravilloso cuento Desde los parques, en donde el narrador construye un vínculo con su carcelero, a la vez que en su figura repasa las diferentes masculinidades que lo marcaron, sea por presencia –el tío que lo lleva a matar a una perra– o por ausencia –el padre, su primer desaparecido–. La narración, por momentos onírica, está construida a partir de la yuxtaposición de historias, voces y fraseos musicales que desarrollan sobre el lector las cualidades del hipnotismo. Algo similar sucede con El halcón verde y la flauta maravillosa, cuento con el cual gana el Premio Rulfo en 1985 y vuelve a ubicarse en el mapa editorial europeo con una historia sobre la Latinoamérica tomada. El relato trata sobre una bandita de músicos que le escapan a las luces asesinas de los Falcon verdes que, al igual que en la vida del propio Moyano, seguían alumbrando con su oscuridad desde otro tiempo, desde el otro lado del océano.

“Las cosas reales, en cambio, tienden a desaparecer. Por más que le dé vueltas al asunto, de todo aquello sólo subsisten papeles y sonidos. A lo demás es como si se lo estuviese llevando el viento”, dice el narrador de Golondrinas, otro de los cuentos que escribió Moyano a fines de la década del ’80, poco antes de morir en 1992.

No es difícil imaginarse a Moyano escribiendo el cuento en su departamento –o “piso”– de la Ronda de Segovia, en Madrid. Ver su figura maciza asomarse a la ventana, para mirar y reconocer a una ciudad que, en parte, con los años supo aprehender. Pensando, mientras hace una pausa, en su madre nacida en Brasil, en su padre mitad indio enterrado en un cementerio de Córdoba, en las casas de tíos y tías que anduvo, en la biblioteca de su abuelo materno. Y, sobre todo, en los días riojanos llenos de amigos, música, literatura y una familia propia; en esa vida y territorio arrebatados por los sacudones de la historia, que, al igual que en el cuento Golondrinas, sólo siguen existiendo en sus formas abstractas, sensibles, difusas; es decir, en un re bemol, en un pesadilla circular o en la palabra escrita que vuelve a encenderse cada vez que se encuentra con un nuevo lector.”



(Para cambiar de track presione >>)

Descargar:







Producción General y Edición: Blanca Curia

No hay comentarios: